Leer tu propia biografía, imagino, debe dejar una sensación desagradable, parecida a la que nos producen a algunos las viejas fotografías o la propia voz grabada. Porque mienten o porque no queremos reconocerlas o porque llevamos toda la vida engañándonos como para asumir por un instante tanta realidad intempestiva. Mejor seguir ocultándonos de nosotros mismos, de ése que dice la fotografía que fuimos, al que ahora todos miran. De ése que ahora todos oímos y que dicen que fui yo.
Las biografías alteran, como los amigos y familiares ante el álbum de fotos, el orden de los acontecimientos. No saben unir, como nosotros, las verdaderas causas y los verdaderos acontecimientos. Son esclavos de una objetividad cronológica que acaba disgustando, tanto como un ardor de estómago. Se empeñan en rescatar hechos que habían sido borrados, que habría que mencionar de soslayo todo lo más, sin darle tanta preponderancia. Actúan como contables. No captan la poesía de cinco minutos que valen todo el tocho que corresponde a un lustro. No saben saltarse las páginas de nuestra pequeña Bio-Rayuela. Ni siquiera te dejan romper esa foto.
Al realizador Olivier Dahan se le ha ocurrido jugar a ser Édith Giovanna Gassion. Es un juego lícito, por supuesto; o al menos resulta más sugerente que leerse la biografía de Wikipedia. No se ha contentado con ordenar, como un admirador fiel, las secuencias de Una Vida. O de ordenar, con eficacia de coleccionista, Una Obra. Es un gesto de admiración hacia esta mujer estupenda. Y un gesto de humildad que agradecemos los que no nos gusta vernos en fotografía. No le divierte jugar a ser Dios; se conforma con imaginarse a Édith Piaf contándose a sí misma.
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